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Entre el espíritu y sus emociones



Si la emoción es la sensación que resulta de un estímulo, podemos colegir que los estímulos son impresiones que nos quedan producto de la experiencia adquirida al sentir la emoción. Es un silogismo que concluye que estas impresiones son iguales a estímulos en la medida en que se reciben por los sentidos físicos y se perciben por otros que podemos llamar sentidos de la razón como la lógica, la conciencia, el pensamiento, la imaginación, la piscología particular, etc.


La emoción se siente según la causa que lo origina y esa sensación nos enriquece como experiencia y nos deja un aprendizaje. ¿Quién interpreta o define esa experiencia como aprendizaje y, mejor aún, aprendizaje significativo? Alguien superior a la emoción misma y al alma con toda su sensibilidad: El Espíritu.


El espíritu según su grado de comprensión de las cosas (Razón y conciencia) define cada segundo como un aprendizaje; define el perjuicio o beneficio de cada emoción; nos advierte si nuestra sensibilidad no solo es estética sino ética; y define un rumbo consciente a sus decisiones según los estímulos o impresiones recibidas.


Para ser prácticos, un ejemplo. El mercadeo en esta sociedad de consumo trabaja nuestras emociones. La razón, propia del espíritu, nos llevaría a ser austeros y estoicos para no ser víctimas de ese consumismo per se, o por clishé, moda, por aparentar o por poseer. En conclusión, las trívialidades están a la orden del día; y si muchas de ellas se razonan se actuaría con más equilibrio a la hora de decidir Io que realmente se necesita.

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