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He aprendido...



He aprendido a desaprender cada día; a que lo que parece ser no lo es; a que el conocimiento puro es dinámico, relativo, infinito, absolutamente personal y proviene de una sola fuente; a que la vida es un proceso de aprendizaje que se hace imperativo trasegar; a que lo que para unos es adecuado para otros es inadecuado, inaceptable y, si se quiere, injusto, y que ambas percepciones, en este proceso de aprendizaje, es lo que debe ser: nada, absolutamente nada, de lo que vives y calificas como malo o erróneo lo es, porque es perfecto, completo y entero en este proceso de aprendizaje.


He aprendido que se debe vivir aquí y ahora; que el amor es el único principio, el único valor, el único fundamento de la existencia del ser, pues en sí los encierra a todos; que este sobre nea la carne, elimina los egos, rompe las diferencias y desaparece los intereses personales; y que ese amor es perfecto, infinito, inagotable, real, único, habita dentro del ser, en esa parte de cada uno que realmente es y desea expresarse.


He aprendido que lo que a veces creemos que es fruto de nuestra imaginación y que nos acerca a la locura es la verdad, es la realidad, es la esencia, es lo que es; que una cosa es creer, otra tener fe, otra tener la certeza y otra, muy distinta, es fundirse con eso en lo que empezamos creyendo; que creer es crear; que el tiempo no existe, que su dimensión, connotación y función en nuestra existencia es totalmente distinta a la forma como se concibe en este plano.


Ha aprendido que el hecho de conocer, reconocer y recrear las emociones permite ser consciente de las consecuencias que genera afrontar un sinnúmero de situaciones producto de relacionarse con sigo mismo, con otros y con el entorno, y este reconocimiento acalla el ruido exterior y facilita escuchar la voz interior donde reside el conocimiento puro, donde está la fuente del amor, donde está el que ha sido, es y será.

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